Me di vuelta en la cama y estabas acá abrazándome. Parecía que hacía rato estabas tocándome la nariz con la yema de los dedos.
Me desperté cuando me dijiste que te levantabas a hacer el café, que hoy te ocupabas vos de batirlo.
Tuve que ir hasta la cocina para convencerme de que era tu fantasma y no vos el que movía las tazas de lugar en la alacena.
Creo que ya nos hicimos amigos. Hasta a veces parece que me escucha. Tiene tus mismos ojos pero sabe bailar mejor. Me agarra de la cintura con más fuerza, como si de verdad quisiese que no me vaya nunca, como si se ocupara por no perderme en lugar de preocuparse por el daño que puede hacerme.
Creo que se va a quedar conmigo un tiempo largo. No se cuanto, no me dijo ni me animo a preguntarle. No quiero que piense que no es bienvenido en casa. Ya aprendió donde están los pozafuente y los cubiertos. Hace el mismo chiste de la salsa de soja que hacías vos pero se ríe distinto. Es lo único que me hace notar que es un fantasma.
Creo que si sigo así voy a poder engañarme un poco más y hacer más amena la espera. No se qué voy a hacer si un día me levanto y él también se fue, dejándome el café a medio batir en la mesada y los sueños destruidos. Igual que vos.
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