Mi duda existencial más grande tiene ojos celestes y pasa el metro ochenta.
Tiene el pelo castaño y la piel blanca como el papel.
Se le achinan los ojos cuando sonríe y es tan inseguro de sí mismo como una hoja seca recién caída de un árbol.
A mi duda existencial más grande la encontré por casualidad, en una calle cualquiera, de un barrio cualquiera, de una provincia cualquiera dentro de un país aún mas cualquiera. Lo vi cuando atravesé la puerta de un lugar cálido y lleno de números.
Me enteré luego de que él me había encontrado primero, mucho antes de ese día en que cruzamos las miradas y debimos sentarnos juntos por pura casualidad (o causalidad, todavía no sé), mucho antes de que se convirtiera en mi duda existencial mas grande.
Algún tiempo después lo vi vagando dentro de mi cabeza, mientras dormía. Llevaba consigo una mochila enorme y cargada de respuestas que nunca llegó a compartir conmigo. Descubrí que no me costaba tanto ayudarlo a cargarla, pero en su afán de demostrar su fortaleza, se resistió a mi ayuda y decidió irse caminando lentamente, solo como loco malo.
A veces también se tomaba el atrevimiento de aparecer, como si fuera por arte de magia, cuando estaba despierta y en momentos puntuales. Cantando en la radio, dentro de un auto, en alguna poesía olvidada por ahi, en las páginas de mi libro favorito y hasta en la voz de algún extraño X.
Nunca llegué a comprender si apareció en mi camino intencionalmente o si yo aparecí en el suyo generando la misma incertidumbre que deja un cuento mal escrito. Quizá fue por eso que su repentina huída me desestabilizó tanto.
Una de las últimas veces que lo vi me dijo algo que todavía retumba en mis oídos. Me sentó frente a él y me miró fijamente mientras titubeaba acerca de cómo empezar a despedirse de mi. No estaba preparado para ver cómo me alejaba, así que prefirió adelantarse y alejarse él mismo, por sus propios medios. Me dijo que me quería y con un abrazo se desvaneció en el aire dejando en su lugar la brisa mas fría de aquel verano.
Me gusta pensar que sigue dando vueltas por algún lado, que está escondido detrás de mis anteojos a la espera de que lo encuentre, que me cuida como puede desde una ciudad que apaga las luces dos veces al día mientras lucha además con sus propios demonios de la oscuridad, esos que no tienen forma y que no sabés como vencer porque no se presentan siempre, sino que atacan cuando mas vulnerable te encuentran.
Me negó un último beso. Quizá porque sabía muy dentro suyo, en esos rincones donde ni nosotros mismos nos animamos a mirar, que no iba a ser el último.
Todavía estoy averiguándolo.
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